Aunque la miel es muy variable sus elementos oscilan en torno a un valor medio.
Agua: En general entre el 17 y el 18%, lo óptimo para su conservación.
Azúcares: glucosa 38%; fructosa 31%
El contenido de sacarosa está en torno al 1,3%, de maltosa ±7,3%. En proporciones menores aparecen la isomaltosa y la nigerosa. En proporción muy baja se pueden presentar la erlosa y rafinosa.
Acidos orgánicos: Dan a las mieles un PH ácido que varía entre un 3,5% y un 5,5%. Están presentes el ácido butírico, glucónico, málico, cítrico, oxálico, láctico y fórmico.
Enzimas: La invertasa y la amilasa protegen de los transtornos digestivos, favorecen la asimilación de sus azúcares y facilitan la digestión de otros alimentos. Otras encimas presentes son sacarasa, glucosidasa, catalasa y fosfatasa ácida.
Proteínas: Su valor está en torno al 1%, destacando por su contenido en casi todos los aminoácidos esenciales entre los que se encuentran el triptófano y la arginina.
Minerales: llegan hasta el 1,5%. Se encuentran sales de potasio, hierro, calcio, fósforo, azufre, cloro, sodio, magnesio y cobre. Como norma se puede decir, que las mieles oscuras son más ricas en ellos que las claras.
Vitaminas: Aunque en pequeñas cantidades se pueden encontrar las hidrosolubles del grupo B y del C, también las liposolubles A, D, E y K.
Otros: Contiene taninos, dextrinas, levaduras, un factor antibactericida denominado peroxidasa, pigmentos y substancias cerosas y aromáticas, entre otros elementos.